miércoles, 26 de abril de 2017

Sobre la teología neoliberal



Maximiliano Basilio Cladakis

   El neoliberalismo, en tanto horizonte histórico y cultural (reducirlo a un simple modelo económico es un error que puede acarrear graves consecuencias), representa el estadio más avanzado, al menos hasta la fecha, de la divinización de las riquezas. Con razón,  Marx sostenía que el despliegue del capitalismo había representado una desacralización de los distintos ámbitos de la existencia humana. Sin embargo, dicha desacralización tuvo por correlato una forma otra de sacralización: a la muerte de los viejos dioses le siguió la apoteosis de un nuevo dios, único y omnipotente, cuyo culto se transfiguró en culto absoluto de la humanidad. El momento neoliberal del desarrollo capitalista es una profundización y radicalización de este fenómeno. La globalización de los mercados, la transnacionalización de la economía, la inmaterialidad de las riquezas son elementos centrales a la hora de comprender la época que se alza en torno nuestro.

   Si bien, desde los orígenes mismos de la historia, ha existido el culto a las riquezas y, también, las críticas a este culto, como lo dejan ver las obras de Platón, las de Aristóteles, las de Séneca, etc.,  el neoliberalismo lleva al extremo el sentido cultual de la acumulación de riquezas. Se trató de un proceso gradual, de siglos, donde la riqueza fue adquiriendo un sentido cada vez más abstracto y universal: de la tierra al oro, del oro al dinero en papel,  del dinero en papel al dinero inmaterial de los flujos financieros. La riqueza, hoy en su forma de capital-liquido, se presenta como articuladora de  todas las facetas que involucran la experiencia de los hombres. El destino, tanto de los individuos como de las comunidades, depende de ella. Y al depender de ella, cada uno lo hace su verdadero objeto de culto.

   En el Nuevo testamento, Cristo dice que “ninguno puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro”, refiriéndose a la imposibilidad de servir a Dios y a las riquezas. Más allá de la profesión de fe que se haga, la sentencia crística es inobjetable. El culto real no es el que simplemente se dice, sino que es el que se vive, y el capital es un dios más celoso que Jehová. En el horizonte neoliberal, la riqueza no es un medio, sino un fin en sí mismo, la riqueza es, pues, Dios, el único Dios verdadero, al único que se sirve realmente y todo valor surge de su culto. La indiscutibilidad de los criterios de calculabilidad y de eficiencia, por ejemplo, tienen como finalidad la maximización de ganancias y estos criterios se presentan como valores axiológicos que se superponen a cualquier otro valor. Incluso, valores tradicionales como la solidaridad o la compasión pueden ser condenados como pecados veniales si ponen en riesgo el acrecentamiento del capital.

   Esto último es fundamental para comenzar a pensar el sentido teológico del neoliberalismo. Todo culto tiene un matiz sacrificial. En el paganismo clásico, el sacrificio de Ifiginea llevado a cabo por su padre Agamenón en pos del interés común, es un ejemplo notorio; como lo es el de Isaac por Abraham en el Antiguo testamento; y, como lo es, en el cristianismo, el de propio Dios para redimir a la humanidad. El neoliberalismo guarda, también, una lógica sacrificial. Es sabido que se trata de un sistema que arrasa vidas por millones. Sin embargo, estos asesinatos en masa no son contingentes sino que son absolutamente necesarios para realización de su culto. Los valores de cálculo y eficiencia, como dijimos, no pueden ser contrariados por ningún otro valor. La riqueza exige que todo se rinda ante ella, quien anteponga la solidaridad, la compasión o se deje interpelar por el dolor del otro será excomulgado del mercado. Y el mercado es el templo donde el dios es celebrado más devotamente y donde sus fieles ofrecen sus más indómitos sacrificios apelando, muchas veces, a una racionalidad que no es otra cosa que un instrumento de su fe. 

Una fe quizá más férrea y dogmática que la de aquellos que, siglos atrás, dieron nacimiento a la Santa Inquisión

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