En su último libro, Como cambiar el mundo[1] , Eric Hobsbawm define a Gramsci como, según su opinión, el más original de los pensadores marxistas occidentales desde 1917. Por un lado, según el historiador británico, Gramsci dotó al marxismo de una serie de elementos que, hasta entonces, o bien permanecían difusos, o bien, eran inexistentes. Por otro, reconoce en el pensamiento de Gramsci una actualidad y vigencia que otros autores marxistas ya no poseen.
Maximiliano Basilio Cladakis
Con respecto al primer punto, Hobsbawm afirma, muy acertadamente, que Gramsci ha sido un teórico político de primer nivel, con lo que su obra ha venido a llenar un vacío existente dentro delcorpus marxista. En efecto, si bien Marx y Engels han escrito sobre política, sus análisis han sido, por lo general, coyunturales, y orientados principalmente a demostrar la dependencia de la dimensión política a la económica. Hobsbawm señala que, incluso en los tiempos de la Segunda Internacional , el marxismo tampoco llegó a desarrollar una discusión seria acerca de la política como tal, sino que los debates giraban en torno a cuestiones de coyuntura y a las decisiones que debían de tomarse en dicha coyuntura. En este sentido, los debates se reducían, a lo sumo, a cual táctica seguir en un momento dado.
La intención de Gramsci de introducir la reflexión política en el marxismo fue explicitada en más de una ocasión. En su texto sobre Maquiavelo, el pensador italiano observa que “el problema inicial que debe ser planteado y resuelto en un trabajo sobre Maquiavelo es el problema de la política como ciencia autónoma, es decir, del puesto que ocupa o debe ocupar la ciencia política en una concepción del mundo sistemática (coherente y consecuente), en una filosofía de la praxis”[2]. Hobsbawm afirma que el objetivo de Gramsci de introducir las cuestiones debatidas por Maquiavelo no se reducía a un interés meramente teórico, sino que se trataba de enfrentar una situación histórico-social concreta.
En efecto, el mundo de las primeras décadas del siglo XX era testigo de grandes cambios, y dichos cambios afectaban de manera directa a los movimientos socialistas. Por un lado, la Revolución de Octubre había significado la llegada al poder del socialismo. Esto implicó una serie de debates acerca de la propia teoría marxista y sobre el rol que debía de ocupar el Estado, lo que dio lugar entre otras cosas, al desarrollo de algunas de las principales tesis de Lenin. Por otro lado, la llegada al poder del fascismo en Italia, de la que Gramsci fue víctima directa, representó, como contrapartida, la persecución, la cárcel y la muerte de incontables militantes de izquierda. Las transformaciones que estaban atravesando el mundo traían consigo la necesidad de pensar nuevas direcciones, nuevas tácticas y nuevas estrategias dentro de la lucha política. Esto significaba profundizar en aquella dimensión que el marxismo, hasta entonces, no había tenido demasiado en cuenta.
Sin embargo, Hobsbawm señala que es un error reducir la concepción gramsciana de la política sólo en el sentido táctico-estratégico. Si bien dicho sentido es de suma importancia para Gramsci, Hobsbawm sostiene que “para él (Gramsci) la política es el núcleo no sólo de la estrategia para alcanzar el socialismo, sino del propio socialismo”[3]. La política, por lo tanto, no se reduce a un simple conjunto de medios para alcanzar determinados fines, sino que, en un sentido bastante cercano a Aristóteles, la política se presenta como la actividad humana fundamental, la actividad por la cual el hombre es verdaderamente hombre.
Hobsbawm indica que esta importancia crucial que Gramsci le otorga a la política significa un enriquecimiento tanto de los medios para alcanzar el socialismo como del socialismo mismo. Con respecto a lo primero, se produce un desplazamiento de la tesis acerca de “tomar el cielo por asalto” hacia una complejización en la comprensión de las acciones por las cuales se construirá el socialismo. La lucha por la hegemonía, la articulación de una voluntad nacional-popular, la búsqueda de consensos para consolidar la posibilidad de un bloque histórico dirigido por la clase trabajadora, la importancia fundamental de lo simbólico y de lo cultural, son algunos de los puntos fundamentales de la praxis política tal como la comprende Gramsci. Por otro lado, Gramsci considera al socialismo no sólo como la socialización de los medios de producción, sino como la formación de nuevos hábitos en el hombre, de una nueva conciencia y de una nueva forma de vida integral. En este sentido, en las ya citadas Notas a Maquivelo, Gramsci afirma que la reforma económica es un aspecto (fundamental e ineludible, vale aclarar) de la reforma intelectual y moral de un pueblo.
En este aspecto, lo dicho por Hobsbawm nos permite comprender la forma en que Gramsci se aleja tanto del pragmatismo vulgar como del idealismo igual de vulgar. Con respecto al primero, la concepción del socialismo como expresión máxima de la política, entendida esta en el sentido descrito unos párrafos atrás, hace que Gramsci se distancie notablemente de todo tipo de burocratización. Precisamente, la sociedad socialista no puede existir si la masa del pueblo está excluida de los procesos políticos y de la toma de decisiones. Cuando esto sucede, el socialismo deja de ser socialismo. En el caso del idealismo vulgar, Gramsci piensa en una relación orgánica con las masas. La consolidación de una voluntad nacional-popular implica, pues, la articulación de un sujeto colectivo real, concreto, no pensado ni abstracto. En este punto, Hobsbawm pone como ejemplo el caso de amplios sectores de la izquierda actual. “Gran parte de las izquierdas incluso hoy en día – quizá especialmente hoy – se basa asimismo (…) no en la clase obrera real con su organización de masas, sino en una clase obrera nominal, en una especie de visión externa de la clase trabajadora o de cualquier grupo susceptible de ser movilizado”[4]. La praxis política que conduzca al socialismo debe, pues, ser una praxis de masas, una praxis de actores reales que logren constituir un colectivo nacional-popular.
Ahora bien, la centralidad de la política en el pensamiento de Gramsci y su incorporación al marxismo nos permite pensar en el segundo punto del cual hablamos al comienzo de este artículo: la vigencia de Gramsci hoy día. Con respecto a esto, Hobsbawm dice: “como destaca Joseph Buttigieg, los anticomunistas americanos están preocupados porque Gramsci todavía puede inspirar a la izquierda postsoviética, cuando Lenin, Stalin y Trotsky ya no”[5]. La preocupación que Gramsci genera en la derecha y en el conservadurismo (en nuestro país lo evidencian las palabras emitidas no hace mucho por Videla y Menéndez, a las que podríamos agregar algunas referencias realizadas por Mariano Grondona en su columna de La Nación e incluso una mención realizada por el falso ingeniero Blumberg achacándole a Gramsci la inseguridad y los cortes de ruta) ponen, pues, de manifiesto su actualidad.
Esta vigencia se traduce en una doble dimensión. Por un lado, desde el ámbito teórico-académico, la obra de Gramsci suscita investigaciones y debates que van desde las ciencias de la comunicación a la filosofía. Incluso, su obra sirve de marco teórico en áreas tan disímiles como la historia y la educación. Por otro, a diferencia aquellos mencionados por Hobsbawm (a los que podríamos agregar una lista incontable), el pensamiento de Gramsci sigue generando política. Los planteos de Gramsci son un elemento fundamental para la comprensión, pero también (cómo él mismo deseaba que fuera) para la organización y consolidación de una fuerza popular que logre transformar la realidad.
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