Por José Antonio Gómez Di Vincenzo
En esta ocasión nos concentraremos en el estudio del parágrafo titulado “cuestiones de nomeclatura y de contenido”. Aquí, Gramsci analiza la cuestión de los conceptos que utilizan los intelectuales para dar cuenta de sus posiciones filofóficas.
Gramsci introduce la idea de los “intelectuales como categoría social cristalizada” la que define como aquella pléyade de intelectuales que “se concibe a sí misma como una continuidad ininterrumpida en la historia y, por tanto, independiente de la lucha de los grupos, y no como expresión de un proceso dialéctico por el cual todo grupo social dominante elabora su propia categoría de intelectuales”. (p. 42) Sostiene que una de las principales características de este tipo de intelectuales es la de vincularse ideológicamente con los intelectuales que los precedieron históricamente mediante el uso de las mismas categorías conceptuales o como él las llama “nomeclatura de conceptos”. No habría pues, producción de nuevos conceptos.
Gramsci va a sostener que cada nueva superestructura presenta, como “abanderados especializados”, a un nuevo grupo de intelectuales que deben, por ser precisamente representantes surgidos de una nueva situación estructural, forjar sus propias categorías conceptuales. De no ser así, si los aparentes nuevos intelectuales se presentan como una continuidad de la “intelligentsia” anterior, lo que tenemos es un “residuo conservador y fosilizado del grupo social históricamente superado” y no nuevos intelectuales capaces de interpretar la nueva situación histórica.
A continuación, el marxista italiano, introduce un análisis más que interesante. Dice que “ninguna situación histórica nueva aunque haya sido provocada por el cambio más radical, transforma completamente el lenguaje, por lo menos en su aspecto externo, formal.” (p. 42) Se trata de una idea central. Por más revolución que se haga, existen cuestiones simbólicas que se resisten al cambio y que deben tenerse en cuenta para profundizar los cambios, para ir a fondo con las transformaciones. Por demás, sostiene Gramsci, la cuestión es sumamente compleja porque no podemos hablar de una cultura sino de varias y también, de distintos aspectos de la cultura misma. Gramsci introduce un ejemplo:
“Una clase con estratos que permanecen todavía en la concepción ptolemaica del mundo puede ser, sin embargo, la representante de una situación histórica muy avanzada; estos estratos están ideológicamente atrasados (por lo menos en algunos aspectos de la concepción del mundo, que todavía es en ellos disgregada e ingenua) pero están avanzadísimos en la práctica, es decir, como función económica y política”. (p 42 y ss.)
Con esto queda desbaratada la idea de que la historia debe ser impulsada hacia adelante por algunos iluminados. Dicho de otro modo, se puede ser un intelectual brillante y no sentir para nada lo que un grupo social nuevo siente. El intelectual cristalizado representa a dicho pensador. Es conservador y reaccionario frente a la novedad. En cambio, una persona sin la formación intelectual de elite puede sentir junto al grupo social nuevo que es distinto a lo precedente desde el punto de vista histórico y en vez de vincularse al pasado y reproducir en el plano de las ideas aquellos componentes superestructurales propios de la etapa pasada, crear nuevos conceptos para adaptar la cultura a la función práctica.
Esto no quiere decir que deba rechazarse la herencia del pasado. Existen “valores instrumentales”, cuestiones que pueden ser resignificadas, reelaboradas. Esto implica todo un desafío intelectual porque es necesario un estudio muy fino de qué concepto puede convertirse en valor instrumental y que no. Gramsci pone los ejemplos del concepto “materialismo” que ha sido tomado con el contenido que tenía en el pasado y del concepto de “inmanencia” que ha sido rechazado de plano, como datos de un proceder que se queda a medio camino. La cuestión sería más compleja. Ni rechazar de plano, no tomar tal cual, reconceptualizar.
El italiano se preocupa por el rechazo que pueda, y de hecho le cupo, a ciertas categorías pasadas que podían haberse convertido en valores instrumentales mediante un ajuste del significado útil para expresar el nuevo contenido histórico. Y a continuación, introduce la crítica a la posición de Bujarin y la ortodoxia:
“La dificultad de adecuar la expresión literaria al contenida conceptual y la confusión de las cuestiones de terminología con las cuestiones sustanciales y viceversa son rasgos característicos del diletantismo filosófico, de la carencia de sentido histórico en la captación de los diversos momentos de un proceso de desarrollo cultural, es decir, son los rasgos característicos de una concepción antidialéctica, dogmática, prisionera de los esquemas abstractos de la lógica formal”. (p. 43)
Gramsci pasa entonces a analizar cómo el concepto “materialismo” es utilizado según sea conveniente a los fines políticos modificando su contenido. En efecto, puede expresar toda filosofía que excluya la trascendencia o a toda filosofía que excluya el espiritualismo en política. La verdadera preocupación del marxista italiano se vincula con el uso que se da al término en el materialismo histórico; o mejor dicho, la recaída en un materialismo vulgar que es propia del pensamiento dogmático que se plasma en el manual de Bujarin. La cuestión central es que ninguna nueva filosofía puede coincidir con ninguno de los sistemas del pasado y “la identidad de los términos no significa identidad conceptos”. De lo que se trata es de emprender una actividad crítica para resolver los problemas pasados elaborando nuevas categorías conceptuales. Esto es lo que no sucede cuando se recae en el uso del concepto “materialismo” tal como lo hacía la “intelligentsia” precedente.
Suele pensarse, aún desde dentro de las filas del marxismo, que el materialismo histórico no es más que un materialismo tradicional “ligeramente revisado y corregido” mediante la introducción de la dialéctica; dialéctica que asume un rol instrumental, gnoseológico, tal cual lo hace la lógica formal para las ciencias naturales. Es fundamental estudiar el contenido cultural de los conceptos porque como dice Gramsci “bajo los mismo sombreros pueden cobijarse distintas cabezas”. (p. 46) Por último, agrega que el mismísimo Marx nunca llamó materialista a su concepción ni habló de dialéctica materialista sino que utilizó la fórmula de “racional” que según el marxista italiano es un significado más preciso. (p. 46)
Una cuestión más, casi al pasar. Con estos argumentos y elaboraciones conceptuales Gramsci, en alguna medida, está abordando muchas problemáticas también tratadas al interior de la filosofía y la historia de la ciencia y en las ciencias sociales en general. En efecto, el marxista italiano nos está diciendo, nada más y nada menos, que con las transformaciones que se dan por el cambio de bloque histórico es necesario introducir nuevas categorías conceptuales y que las mismas surgen de modos distintos de pensar y hacer. Tal como el átomo de los atomistas griegos no es el mismo átomo de Niels Bohr, el materialismo de los pensadores medievales no sería el mismo que el materialismo para el positivismo, etc. Se abren pues una serie de líneas para seguir indagando. Cuestiones tales como la convivencia de categoría nuevas con perimidas en el mismo momento histórico, pensar desde dónde es posible la reconceptualización, si es necesario que esta vaya acompañada de una revolución al estilo de las kuhneanas revoluciones científicas o no y una infinidad de problemas que escapan a los límites de este trabajo.
En la próxima entrada analizaremos cómo aborda Gramsci cuestiones tales como la ciencia y la técnica y su tratamiento en el Ensayo Popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario