martes, 19 de junio de 2018

La gema de todos los deseos (Cuento)



Maximiliano Basilio Cladakis

Ghezzi se detuvo al doblar la esquina del pasillo. Ella estaba ahí, espléndida, sostenida por una abrazadera donde se entremezclaban el oro y el jade. Irradiaba una luz sobrenatural que hacía patente su poder, su perfección y su eternidad. El cuerpo de Ghezzi temblaba. Realizó grandes esfuerzos por regular su respiración. Por un momento pensó que iba a morir. La sensación de encontrarse frente a aquello que había anhelado casi toda su vida, más aún de encontrarse frente aquello que toda vida anhelaba , era demasiado para una mente y un cuerpo humanos.

Su búsqueda había comenzado décadas atrás, cuando de niño oyó sobre ella. En ese momento, su existencia había cobrado un nuevo sentido. Ghezzi había nacido de nuevo. La mayoría creía que se trataba sólo de una leyenda más, pero él supo de inmediato que existía, que necesariamente debía existir. Ella se convirtió en el sentido y fundamento de su vida, cualquier otra cosa no tenía más que un carácter meramente anecdótico.

Su búsqueda lo llevo a recorrer el mundo. Atravesó selvas, montañas, oceanos enteros; visitó los palacios más espléndidos de los Reinos Civilizados y las moradas más miserables de los pueblos pobres del Sur . Incluso, llegó a vivir junto a los temibles hombres bestía durante algún tiempo. Siguió pista tras pista, rumor tras rumor. Tomaba en cuenta cada palabra que se refería a ella y la analizaba comparándola con otras cosas que había escuchado o leído. Trazó infinitas teorías y, a partir de ellas, ideó infinitos planes, muchos de los cuales culminaron en el fracaso.

Pues en su búsqueda hubo demasiados fracasos y también sacrificios. Dejó su patria, su hogar, su familia. Nunca volvió a ver a sus padres ni a sus hermanos. En su travesía por el mundo, contempló cosas terribles, fue víctima de secuestros y de torturas que lo pusieron, más de una vez, al borde la muerte. El también realizó actos terribles. Robó, mintió, traicionó y mató.

Esto último, matar, lo hizo en varías ocasiones. Al comienzo, la culpa lo embriagaba. Hubo noches enteras en que los rostros de sus víctimas se le aparecieron no permitiéndole dormir. El más recurrente era el de Kaynn, un adolescente de la empobrecida nación de Galledhia. Era un joven huerfano que lo había ayudado en varias ocasiones y que lo había seguido fielmente en su peregrinaje. Ghezzi lo había adoptado como una especie de compañero, ayudante e hijo.

Ambos se apreciaban de manera sincera. La necesidad los unía, no una necesidad unicamente material, sino una necesidad más profunda. Ghezzi necesitaba algo así como un hijo y Kaynn necesitaba algo así como un padre. Sin embargo se vio obligado a hacerlo. Sus pistas lo había llevado a un antiguo templo donde supuestamente se encontraba un mapa que era fundamental para continuar la búsqueda. La entrada requería la sangre de un muchacho joven. Ghezzi dudó por unos momentos pero estaba en juego todo aquello por lo que había vivido. Hubo derramamiento de sangre y de lágrimas. Fue, sin dudas, uno de los peores momentos en la vida de Ghezzi.

Sin embargo, con el tiempo fue aprendiendo a deshacerse de la culpa. Ese tipo de sentimientos no eran más que un estorbo para su proposito vital. Incluso, realizó una conversión interna. Lo que, en algún momento lo hacía sentir culpable, se transformó en una especie de virtud moral. Lo que antes, de manera inconciente consideraba como bueno pasó a ser malo y lo que antes consideraba como malo paso a ser bueno. La misercordia, la compasión, el mismo amor, se volvieron, para él, signos de debilidad. Y la debilidad, en su nuevo código moral, era el mayor de los males, el peor de los pecados.

No se había equivocado. Despojarse de la debilidad había sido fundamental para concluir su búsqueda. Gracias a ello ahora se encontraba en ese palacio abandonado en medio de la de la nada donde ella, la gema de todos los deseos, aguardaba, en su soledad de siglos, por alguien lo suficientemente fuerte y tenaz como para llegar a su encuentro.

Ghezzi se atrevió a dar un paso. Luego dio otro. Se acercaba a ella mientras la luz de la gema parecía volverse cada vez más deslumbrante. Finalmente colocó sus manos sobre ella. A pesar de lo que esperaba, era fría al tacto. Su luz no emitía ningún calor.

Ghezzi la quito de la abrazadera sin ningún esfuerzo. La miró de cerca entrecerrando los ojos debido a su luz. Sin embargo, lentamente la luz se fue apagando. Ghezzi fue abriendo los ojos hasta que finalmente la luz de la gema se extinguió de manera completa. Lo único que vio en ella era el reflejo de su propio rostro avejentado. Ghezzi entrecerró las cejas algo confundido y una especie de risa burlona comenzó a envolver el palacio.


Apuntes sobre el humanismo



Maximiliano Basilio Cladakis

El horror, la crueldad y la violencia son hechos fácticos en la historia concreta de los hombres. Toda meditación seria acerca de una práxis ética y política que se proponga transformadora del status quo debe partir de este factum incuestionable. Las potencias aniquiladoras, aquello que el teólogo alemán Karl Barth denominaba lo “nulo”, son realidades efectivas que atraviesan la existencia humana. En este sentido, la historia humana es una historia infernal.

La potestad de lo aniquilador como continuum que rige los destinos de la humanidad hace que la ética y la política deban ser pensadas y actuadas desde una perspectiva redentoria. Si el Mal es el origen, el bien es lo que debe instituir un nuevo sentido en la historia, lo que, en cierta medida, implica gestar una nueva historia. Parafraseando a Gramsci, el pesimismo es el punto de partida de un optimismo que se realiza en la praxis.
¿En que se fundamentaría este optimismo? Por un lado, en una negación del modo en el que se presenta la realidad. Sin embargo, no se trata de una negación que se agota en sí misma, sino en una negación dialéctica. La negatividad de este optimismo es al mismo tiempo la afirmación de lo que la realidad niega. Y lo que niega la realidad presente es al ser humano. Las potencias aniquiladoras son, ante todo, aniquiladoras de la humanidad.

Por otro lado, si bien el sentido de la historia esta regido por estas potencias aniquiladoras, hay momentos de disrupción, momentos que parecieran resquebrajar el dominio de dichas potencias. Esos momentos fundan la promesa de una nueva humanidad, o, tal vez sea más preciso hablar de una humanidad verdaderamente humana, una humanidad que triunfa sobre lo inhumano. En esa promesa a se abre la esperanza de otra historia, una historia ya liberada de la tiranía de lo inhumano. En términos de Marx, es el traspaso del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad. Dicha esperanza es uno de los fundamentos del optimismo.

El humanismo, comprendido como realización de lo humano y triunfo sobre las potencias aniquiladoras, es una realidad que se va efectivando en actos concretos, realizados en cualquier situación, donde se niega la realidad de lo inhumano y se afirma la esperanza de una humanidad integral. Esta humanidad integral es, al mismo tiempo, la negación de la humanidad tal como se ha dado en el devenir de la historia del hombre: es decir como humanidad desgarrada, como humanidad que se divide entre amos y esclavos (según diría el filósofo ruso alexandre Kojeve). La humanidad integral es la superación y eliminación de la relación amos-esclavos, opresores-oprimidos, explotadores-explotados.

La humanidad integral exige, por lo tanto, un nuevo modo de ser humano. Aquí aparece una idea central para esta forma de comprender el humanismo, una idea que de manera latente ha estado presente a lo largo de la historia del pensamiento, desde el Apostol Pablo hasta el Che Guevara: la idea del hombre nuevo.
El hombre nuevo supera la antinomia “egoismo-altruismo” porque supera la antinomía “individuo-humanidad”. El hombre nuevo sabe que su causa es la causa de la humanidad y que la causa de la humanidad es la propia causa. Esta figura, que aún no es, abre un movimiento de transformación que se despliega tanto dentro de nosotros como por fuera. El triunfo sobre las potencias aniquiladores es, al mismo tiempo, un triunfo sobre el campo social como sobre nosotros mismos, en tanto en nosotros mismos también habita, de manera conciente o inconciente, el dominio de lo inhumano.

martes, 15 de mayo de 2018

El nuevo mundo



Maximiliano Basilio Cladakis

Mario salta un barril. Sólo dos pisos más y la anónima mujer rubia será rescatada. Durante más de treinta años la historia se repite. El gorila continúa, incansable, llevando a cabo el secuestro. El plomero, igual de incansable, parte hacia el rescate. Los dedos caen sobre una pantalla de vidrio casi de la misma manera en que lo hacían sobre botones de plástico.

Un rostro sonriente y amarillo levanta un pulgar. Aparece luego de “Sí”. Un “Sí” que es una de las pocas manifestaciones del antiguo lenguaje alfabético; esa serie veintisiete caracteres que practicamente son reliquias del pasado. De la cual, paradojicamente, la “x”, casi inutil anteriormente, ha adquirido una relevancia inusitada sobre sus pares, como si se tratara de un acto de venganza tras dos mil años de espera.

El bar es normal, común, como cualquier otro. El café y las medialunas son ajenas a todo vestigio de singularidad. Sin embargo, la pareja sonrie alegremente, como si se tratara de un acto único, irrepetible, trascendente, no sólo para ellos sino para la humanidad. Una humanidad que está obligada a decir “me gusta”. No se trata unicamente de que no existe la posibilidad de que un individuo diga que “no”, sino que hay un castigo incluso para la indiferencia. Un nuevo imperativo moral, pues, se elevado como máxima absoluta. Todo nos debe gustar.

El gato baila con una especie de “tutu” hecho en papel. Suena una canción pop y los movimientos del felino parecen seguir su compaz. En realidad no baila, puesto que el único ser vivo que baila es el hombre. Tan sólo parece que lo hace. Parecer y ser no son lo mismo, sin embargo la diferencia no importa, tan sólo importa la risa que debe provocarnos.

La piel de la mujer comienza a enfriarse. El tren está por llegar a otra estación. El muchacho que está en el asiento de al lado se levanta. Maldice la inmovilidad de la mujer que no es otra cosa que un traspie para su apresuramiento. La chica que ocupa su lugar también la maldice y le comenta la situación a una amiga que se encuentra de vacaciones a mil kilometros de distancia.

El gorila finalmente cae desde las alturas y Mario festeja su triunfo.

Un corazón es la respuesta que le sigue al amarillo rostro que levanta el pulgar.

La pareja está ahora frente a la entrada de un cine y al mundo entero le gusta.

El gato con el tutú desapareció, en su lugar un joven reversiona con humor negro una clásica canción de los años ´80.

La piel de la mujer continua enfriándose y continúa sin respirar como hace seis estaciones atrás.





lunes, 2 de abril de 2018

Inteligencia


Maximiliano Cladakis


-Siempre fuiste un imbécil. No un extremista, no un radical...simplemente un imbécil. Desde chico hacías estupideces. Algunos de nuestros hermanos pensaban que era una cuestión de narcisismo. Todavía lo piensan. Yo nunca creí eso. Eres tan idiota que ni siquiera tienes el afán de destacarte individualmente.

¿Querer ser el preferido de nuestro Padre? Tampoco lo creí nunca. Nuestro Padre deseaba ser el preferido de su Padre... y es el Príncipe de la astucia. No un idiota como tú. Él siempre obró con inteligencia, sutilmente, como muchos de nosotros intentamos hacerlo. Millones lo sirven sin estar siquiera enterados ¡Es el Príncipe de este mundo!

¿Cómo crees que se logra eso? ¿Descuartizando seis adolescentes para luego beberte la sangre? ¿Tatuándote una cruz invertida en la frente? Así te conviertes en un pobre infeliz que pasará el resto de sus días pasando de una prisión a un neuropsiquiátrico y viceversa.

En fin, de nada vale llorar sobre la leche derramada. Haz algo útil y firma los derechos.

El hombre con la cruz invertida en la frente agachó la cabeza y firmó los papeles en medio de la fría y gris celda a la que estaba confinado.

La serie sobre su vida comenzaría a rodarse en unos meses. Muchas estrellas deseaban el protagónico.

- Hermano, estúpido y leal hermano. No se trata de asustarlos, mucho menos de asesinarlos. De lo que se trata es de entretenerlos y de darles que ellos creen que quieren.




martes, 15 de agosto de 2017

Una palabra


Maximiliano Basilio Cladakis

“Inutil”, la palabra golpea, una y otra vez, contra su espíritu. Seis letras que compusieron su bautismo esencial, aquello que lo instituyó en el mundo de la vida, en el mundo de los hombres, en el mundo del trabajo y en el mundo de las mujeres. Alguien lo dijo una primera vez. Tal vez fue su padre, tal vez su madre, tal vez alguna maestra. No lo recuerda con exactitud, pero, de seguro, se trató de alguna de esas tres figuras. Sin embargo, si bien existió una primera vez, la sentencia se repitió inifintamente, hasta convertirse en una verdad tan maciza como un bloque de cemento.

Él no guarda falsas ilusiones con respecto al mundo. Sabe que se trata de una gran maquina donde cada uno es un engranaje más. Y cada engranaje se justifica sólo a partir de su utilidad.Ser inutil es ser expulsado del mundo, existir sin justificación, no valer nada. Peor aún, es ser un estorbo. Al engranage que no funciona se lo arroja a la basura. En el caso de los hombres acontece lo mismo. La palabra, esa palabra que lo define más que cualquier otra palabra, es el gran anatema del mundo moderno. Si la utilidad es el valor esencial en el culto a la maquina, la inutilidad es el mayor de los pecados, la blasfemia que no puede ser perdonada.

El considera que está bien que así sea. Su fe primordial es, incluso, “saberse” un inutil. En verdad, esa es su única fe. Cree en la existencia de Dios, pero no tiene fe en él. Desde niño le enseñaron, que el inutil atenta contra el orden natural de cosas. Y el Dios que siempre le predicaron es el garante de ese orden natural. Al leer, en los Evangelios, que Jesus decía: “Mi Reino no es de este mundo”, casi puso en duda lo que todos, o al menos la gran mayoria, pensaban. Pero el peso de la tradición pudo más. No tiene fe en Dios, porque ese Dios no es para él, ese Dios no vela ni ama a los inútiles.

Su vida fue un proceso de fortalecimiento en dicha fe. La palabra recayó sobre él en su niñez, en su adolescencia, en su juventud. Todos se la decían. No sólo su entorno de familiares y amigos, lo hacían también la televisión, el cine, la música, la publicidad, incluso la misma universidad. En un principio, luchó contra ello. Pensó que era posible redimirse. Sin embargo, los pecados veniales no tienen redención.
Aquella mañana, ella se fue y, antes de cerrar la puerta, la palabra resonó nuevamente. Por enesima vez le dijeron “inutil”. Él no lloró, ni hizo ninguna irrupción emocional, tan sólo sonrió en silencio.Desde hacía años pensaba en realizar el ritual que le estaba deparado desde su bautismo. En cierta medida, lo único que esperaba era el momento adecuado en cual hacerlo. Ese momento había llegado

Se entregó a su “destino” con una especie de satisfacción similar a la que causa el haber cumplido un deber moral. Llevó el arma a su boca y apretó el gatillo, sabiendo que el mundo seguiría funcionando.


Incluso, en su último instante, tuvo la certeza de que todo funcionaría mejor. Un “inutil” menos es un problema menos.

martes, 23 de mayo de 2017

Un silencio





Leandro Pena


Un silencio
vibra en mi cuerpo.


Eco:

No es la ausencia de la palabra.




Su brote silencioso.