martes, 15 de agosto de 2017

Una palabra


Maximiliano Basilio Cladakis

“Inutil”, la palabra golpea, una y otra vez, contra su espíritu. Seis letras que compusieron su bautismo esencial, aquello que lo instituyó en el mundo de la vida, en el mundo de los hombres, en el mundo del trabajo y en el mundo de las mujeres. Alguien lo dijo una primera vez. Tal vez fue su padre, tal vez su madre, tal vez alguna maestra. No lo recuerda con exactitud, pero, de seguro, se trató de alguna de esas tres figuras. Sin embargo, si bien existió una primera vez, la sentencia se repitió inifintamente, hasta convertirse en una verdad tan maciza como un bloque de cemento.

Él no guarda falsas ilusiones con respecto al mundo. Sabe que se trata de una gran maquina donde cada uno es un engranaje más. Y cada engranaje se justifica sólo a partir de su utilidad.Ser inutil es ser expulsado del mundo, existir sin justificación, no valer nada. Peor aún, es ser un estorbo. Al engranage que no funciona se lo arroja a la basura. En el caso de los hombres acontece lo mismo. La palabra, esa palabra que lo define más que cualquier otra palabra, es el gran anatema del mundo moderno. Si la utilidad es el valor esencial en el culto a la maquina, la inutilidad es el mayor de los pecados, la blasfemia que no puede ser perdonada.

El considera que está bien que así sea. Su fe primordial es, incluso, “saberse” un inutil. En verdad, esa es su única fe. Cree en la existencia de Dios, pero no tiene fe en él. Desde niño le enseñaron, que el inutil atenta contra el orden natural de cosas. Y el Dios que siempre le predicaron es el garante de ese orden natural. Al leer, en los Evangelios, que Jesus decía: “Mi Reino no es de este mundo”, casi puso en duda lo que todos, o al menos la gran mayoria, pensaban. Pero el peso de la tradición pudo más. No tiene fe en Dios, porque ese Dios no es para él, ese Dios no vela ni ama a los inútiles.

Su vida fue un proceso de fortalecimiento en dicha fe. La palabra recayó sobre él en su niñez, en su adolescencia, en su juventud. Todos se la decían. No sólo su entorno de familiares y amigos, lo hacían también la televisión, el cine, la música, la publicidad, incluso la misma universidad. En un principio, luchó contra ello. Pensó que era posible redimirse. Sin embargo, los pecados veniales no tienen redención.
Aquella mañana, ella se fue y, antes de cerrar la puerta, la palabra resonó nuevamente. Por enesima vez le dijeron “inutil”. Él no lloró, ni hizo ninguna irrupción emocional, tan sólo sonrió en silencio.Desde hacía años pensaba en realizar el ritual que le estaba deparado desde su bautismo. En cierta medida, lo único que esperaba era el momento adecuado en cual hacerlo. Ese momento había llegado

Se entregó a su “destino” con una especie de satisfacción similar a la que causa el haber cumplido un deber moral. Llevó el arma a su boca y apretó el gatillo, sabiendo que el mundo seguiría funcionando.


Incluso, en su último instante, tuvo la certeza de que todo funcionaría mejor. Un “inutil” menos es un problema menos.

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