martes, 19 de junio de 2018

Apuntes sobre el humanismo



Maximiliano Basilio Cladakis

El horror, la crueldad y la violencia son hechos fácticos en la historia concreta de los hombres. Toda meditación seria acerca de una práxis ética y política que se proponga transformadora del status quo debe partir de este factum incuestionable. Las potencias aniquiladoras, aquello que el teólogo alemán Karl Barth denominaba lo “nulo”, son realidades efectivas que atraviesan la existencia humana. En este sentido, la historia humana es una historia infernal.

La potestad de lo aniquilador como continuum que rige los destinos de la humanidad hace que la ética y la política deban ser pensadas y actuadas desde una perspectiva redentoria. Si el Mal es el origen, el bien es lo que debe instituir un nuevo sentido en la historia, lo que, en cierta medida, implica gestar una nueva historia. Parafraseando a Gramsci, el pesimismo es el punto de partida de un optimismo que se realiza en la praxis.
¿En que se fundamentaría este optimismo? Por un lado, en una negación del modo en el que se presenta la realidad. Sin embargo, no se trata de una negación que se agota en sí misma, sino en una negación dialéctica. La negatividad de este optimismo es al mismo tiempo la afirmación de lo que la realidad niega. Y lo que niega la realidad presente es al ser humano. Las potencias aniquiladoras son, ante todo, aniquiladoras de la humanidad.

Por otro lado, si bien el sentido de la historia esta regido por estas potencias aniquiladoras, hay momentos de disrupción, momentos que parecieran resquebrajar el dominio de dichas potencias. Esos momentos fundan la promesa de una nueva humanidad, o, tal vez sea más preciso hablar de una humanidad verdaderamente humana, una humanidad que triunfa sobre lo inhumano. En esa promesa a se abre la esperanza de otra historia, una historia ya liberada de la tiranía de lo inhumano. En términos de Marx, es el traspaso del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad. Dicha esperanza es uno de los fundamentos del optimismo.

El humanismo, comprendido como realización de lo humano y triunfo sobre las potencias aniquiladoras, es una realidad que se va efectivando en actos concretos, realizados en cualquier situación, donde se niega la realidad de lo inhumano y se afirma la esperanza de una humanidad integral. Esta humanidad integral es, al mismo tiempo, la negación de la humanidad tal como se ha dado en el devenir de la historia del hombre: es decir como humanidad desgarrada, como humanidad que se divide entre amos y esclavos (según diría el filósofo ruso alexandre Kojeve). La humanidad integral es la superación y eliminación de la relación amos-esclavos, opresores-oprimidos, explotadores-explotados.

La humanidad integral exige, por lo tanto, un nuevo modo de ser humano. Aquí aparece una idea central para esta forma de comprender el humanismo, una idea que de manera latente ha estado presente a lo largo de la historia del pensamiento, desde el Apostol Pablo hasta el Che Guevara: la idea del hombre nuevo.
El hombre nuevo supera la antinomia “egoismo-altruismo” porque supera la antinomía “individuo-humanidad”. El hombre nuevo sabe que su causa es la causa de la humanidad y que la causa de la humanidad es la propia causa. Esta figura, que aún no es, abre un movimiento de transformación que se despliega tanto dentro de nosotros como por fuera. El triunfo sobre las potencias aniquiladores es, al mismo tiempo, un triunfo sobre el campo social como sobre nosotros mismos, en tanto en nosotros mismos también habita, de manera conciente o inconciente, el dominio de lo inhumano.

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