Maximiliano Basilio Cladakis
En La formación de la conciencia
nacional, Hernández Arregui señala que el interés por la historia propia es
uno de los síntomas del ascenso y de la consolidación de la conciencia nacional
de los pueblos. “En períodos de ascenso de este tipo, la vaga historia
universal es sustituida por la historia nacional”[1].
El desplazamiento de la historia universal a la historia particular tiene,
pues, como correlato la emergencia de la
autoconciencia de los pueblos. Hernández Arregui aclara, sin embargo, que dicho
desplazamiento no implica la eliminación de lo universal en pos de lo
particular, sino que, de lo que se trata, es de comprender lo universal desde
la propia particularidad.
La tesis de Arregui expone de manera clara el vínculo entre la historia,
como disciplina de investigación, y la política, como praxis actual. Ya Gramsci
en los Cuadernos de la Cárcel se había
referido a dicho vínculo al definir a la política como la “historia activa”[2].
Precisamente, la forma en que se define, desde la historia, la relación entre
lo particular y lo universal tiene su equivalente en el plano político. En el
caso de la Argentina ,
desde la historiografía liberal, lo nacional es pensado en una referencia
unilateral a lo universal. El epicentro de la historia no es la propia
comunidad sino un universal que, en verdad, no es tal, sino que se trata de la
historia de otras comunidades nacionales, más precisamente, de las potencias,
sean, o bien, Europa, o bien, Estados Unidos.
Desde esta perspectiva, la
verdadera Historia siempre pasa en otro lugar. Como si se tratase de un
platonismo vulgar, la propia historia no es más que una copia o derivado imperfecto
de lo que acontece en dicho “mundo real”. A partir de allí, se definen héroes y
antihéroes, se explican los acontecimientos nacionales (como por ejemplo la
caracterización de la
Revolución de Mayo como un mero reflejo de la Revolución Francesa ),
se juzgan políticas (como, por ejemplo, la “libre navegación de los ríos”
defendida e impulsada por Sarmiento); etc. La mirada que prima es la que el
universal (es decir, las potencias) tiene sobre la nación propia, y no la que
la nación propia tiene sobre lo universal.
Esta perspectiva se encuentra fundada en una matriz conceptual que
atraviesa tanto ideologías de derechas como de izquierdas. El fetiche de
ciertas corrientes pseudo-marxistas con respecto a la Revolución de Octubre,
o a la Comuna
de Paris, o a los orígenes de las organizaciones obreras europeas (consideradas
estas como el “verdadero proletariado” frente a la baratija “lumpen proletaria”
de las clases obreras nacionales) son una muestra de ello. En el caso de la Revolución Rusa ,
el propio Arregui (que adhiere al marxismo-leninismo y reivindica al socialismo
soviético como experiencia histórica) señala la forma en que esta suele ser
pensada como un acontecimiento universal, y no como una particularidad
histórica. En su momento, esta idea fundamentó los devaneos de los comunistas
argentinos, abocados a defender los intereses de la Unión Soviética por encima de
los intereses nacionales. La centralidad de lo universal es la centralidad de
lo extranjero y la mirada histórica que se funda en dicha centralidad es un
elemento constituyente de una conciencia alienada de la propia realidad.
Como contrapartida de dicha alienación, Hernández Arregui sostiene la
comprensión de la historia desde una perspectiva nacional se encuentra
entrelazada con la consolidación de la
conciencia de sí de un pueblo, lo que significa la afirmación del punto de
vista propio por sobre el de las potencias. En los países coloniales o
semicoloniales, cuando un pueblo se afirma a sí mismo, se vuelve necesaria una
lectura de la propia historia distinta (muchas veces radicalmente opuesta) a
las “historias oficiales”. Precisamente,
existe una mutua imbricación entre la conformación de la conciencia nacional y
la conformación conciencia histórica. El pueblo que toma conciencia de sí, toma
conciencia de su propia historicidad, reasume su pasado y en él descubre
sentidos latentes que orientan la praxis presente en la constitución de un
determinado futuro nacional. Esta toma
de conciencia deviene en políticas de sentido nacional, es decir, en políticas
que se realizan con miras al interés del propio país, y no con miras al de las
potencias extranjeras.
Como dijimos unos párrafos atrás, esto no implica la eliminación del
mundo, sino su comprensión desde la propia identidad. Hernández Arregui señala
que, en el caso de la Argentina , se trata de un
movimiento que va de lo nacional a lo latinoamericano y, de allí, al mundo. La
perspectiva nacional no se aísla de la totalidad sino que se integra a ella
desde su carácter, primero nacional, y luego regional, en un acto que no sólo
interpreta al mundo, sino que, sobre todo, como exigía Marx, intenta
transformarlo.
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