martes, 15 de mayo de 2012

Conciencia histórica y conciencia nacional



Maximiliano Basilio Cladakis


  En La formación de la conciencia nacional, Hernández Arregui señala que el interés por la historia propia es uno de los síntomas del ascenso y de la consolidación de la conciencia nacional de los pueblos. “En períodos de ascenso de este tipo, la vaga historia universal es sustituida por la historia nacional”[1]. El desplazamiento de la historia universal a la historia particular tiene, pues,  como correlato la emergencia de la autoconciencia de los pueblos. Hernández Arregui aclara, sin embargo, que dicho desplazamiento no implica la eliminación de lo universal en pos de lo particular, sino que, de lo que se trata, es de comprender lo universal desde la propia particularidad.

   La tesis de Arregui expone de manera clara el vínculo entre la historia, como disciplina de investigación, y la política, como praxis actual. Ya Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel se había referido a dicho vínculo al definir a la política como la “historia activa”[2]. Precisamente, la forma en que se define, desde la historia, la relación entre lo particular y lo universal tiene su equivalente en el plano político. En el caso de la Argentina, desde la historiografía liberal, lo nacional es pensado en una referencia unilateral a lo universal. El epicentro de la historia no es la propia comunidad sino un universal que, en verdad, no es tal, sino que se trata de la historia de otras comunidades nacionales, más precisamente, de las potencias, sean, o bien, Europa, o bien, Estados Unidos.

    Desde esta perspectiva, la verdadera Historia siempre pasa en otro lugar. Como si se tratase de un platonismo vulgar, la propia historia no es más que una copia o derivado imperfecto de lo que acontece en dicho “mundo real”. A partir de allí, se definen héroes y antihéroes, se explican los acontecimientos nacionales (como por ejemplo la caracterización de la Revolución de Mayo como un mero reflejo de la Revolución Francesa), se juzgan políticas (como, por ejemplo, la “libre navegación de los ríos” defendida e impulsada por Sarmiento); etc. La mirada que prima es la que el universal (es decir, las potencias) tiene sobre la nación propia, y no la que la nación propia tiene sobre lo universal.

    Esta perspectiva se encuentra fundada en una matriz conceptual que atraviesa tanto ideologías de derechas como de izquierdas. El fetiche de ciertas corrientes pseudo-marxistas con respecto a la Revolución de Octubre, o a la Comuna de Paris, o a los orígenes de las organizaciones obreras europeas (consideradas estas como el “verdadero proletariado” frente a la baratija “lumpen proletaria” de las clases obreras nacionales) son una muestra de ello. En el caso de la Revolución Rusa, el propio Arregui (que adhiere al marxismo-leninismo y reivindica al socialismo soviético como experiencia histórica) señala la forma en que esta suele ser pensada como un acontecimiento universal, y no como una particularidad histórica. En su momento, esta idea fundamentó los devaneos de los comunistas argentinos, abocados a defender los intereses de la Unión Soviética por encima de los intereses nacionales. La centralidad de lo universal es la centralidad de lo extranjero y la mirada histórica que se funda en dicha centralidad es un elemento constituyente de una conciencia alienada de la propia realidad.

     Como contrapartida de dicha alienación, Hernández Arregui sostiene la comprensión de la historia desde una perspectiva nacional se encuentra entrelazada con la  consolidación de la conciencia de sí de un pueblo, lo que significa la afirmación del punto de vista propio por sobre el de las potencias. En los países coloniales o semicoloniales, cuando un pueblo se afirma a sí mismo, se vuelve necesaria una lectura de la propia historia distinta (muchas veces radicalmente opuesta) a las “historias oficiales”.  Precisamente, existe una mutua imbricación entre la conformación de la conciencia nacional y la conformación conciencia histórica. El pueblo que toma conciencia de sí, toma conciencia de su propia historicidad, reasume su pasado y en él descubre sentidos latentes que orientan la praxis presente en la constitución de un determinado futuro nacional.  Esta toma de conciencia deviene en políticas de sentido nacional, es decir, en políticas que se realizan con miras al interés del propio país, y no con miras al de las potencias extranjeras.

   Como dijimos unos párrafos atrás, esto no implica la eliminación del mundo, sino su comprensión desde la propia identidad. Hernández Arregui señala que, en el caso de la  Argentina, se trata de un movimiento que va de lo nacional a lo latinoamericano y, de allí, al mundo. La perspectiva nacional no se aísla de la totalidad sino que se integra a ella desde su carácter, primero nacional, y luego regional, en un acto que no sólo interpreta al mundo, sino que, sobre todo, como exigía Marx, intenta transformarlo.






[1] Hernández Arregui, Juan José, La formación de la conciencia nacional, Continente, Buenos Aires, 2011, p. 42.
[2] Gramsci, Antonio, Cuadernos de la cárcel: Pasado y presente, Juan Pablo Editor, México, 1990, p. 56.

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